Hipócritas

Durante las últimas décadas nos hemos preocupado por ser políticamente correctos, esta necesidad de inclusión e igualdad nos llevó a aberraciones lingüísticas como el “todes” o la compulsiva necesidad de remarcar “las y los” en todos los ámbitos (con especial énfasis en la arena política).

Palabras, frases, celebraciones y convenciones que hieden como el altruista que necesita exhibir sus “obras”. Acciones que nos dan consuelo para calmar nuestra mala conciencia y sentir que ya hicimos lo que nos toca.

¿Habrá algo más repugnante que el filántropo que publica su quehacer? Exactamente así nos vemos al conmemorar el Día Internacional de los Pueblos Indígenas. Deberíamos sonrojarnos de vergüenza al hablar de ello. Pura pose.

Son cerca de 500 millones de personas (5% de la población mundial) en más de 90 países que representan 15% de la población más pobre a nivel mundial.

En la mayoría de los casos, nacer en una población originaria es una sentencia de pobreza. Datos del Banco Mundial indican que la pobreza afecta a 43% de los hogares indígenas (más del doble que en la población no indígena) y 24% de estos hogares vive en pobreza extrema (2.7 veces más que los hogares no indígenas). Esta pobreza impacta en servicios de saneamiento, electricidad y acceso a educación de calidad

 
¿DE QUIÉN ES LA RESPONSABILIDAD?

A nivel gubernamental, las “dádivas” presupuestales dirigidas a los pueblos originarios tienen un tinte de caridad y no de obligatoriedad para sacar a estas poblaciones de la marginación y el olvido. A pesar del reconocimiento constitucional, leyes especiales e instituciones que buscan garantizar el respeto a los derechos humanos y cierta autonomía, los pueblos indígenas enfrentan un exterminio cotidiano.

Estamos plagados de programas sociales (transferencias condicionadas) que logran perpetuar el círculo de la miseria. Servicios de salud deplorables, educación inaccesible, mala alimentación y trabajo de servidumbre confabulan para exterminar lentamente a los indígenas de las Américas. Primero fueron saqueados y devastados y hoy se les deja agonizar.

Los indígenas de nuestra América Latina enfrentan la exclusión, la pobreza extrema y la más humillante marginación. Representan el recuerdo de un pasado glorioso, bajo una realidad miserable, desde aquellos que son utilizados como artesanía hasta a los que estudian por simple antropología social.

Pobreza y exclusión son la constante, pero también son víctimas de oportunistas mestizos, blancos y urbanos que se solidarizan de forma siniestra para sacar ventaja, por protagonismo o por complejo de redentor. No ayudan en nada, pero se exhiben como sus defensores sin haber puesto un pie en alguna de sus comunidades.

Aún más patético es el intento de las clases privilegiadas de reivindicar las culturas originales por moda, turismo y activismo de sillón. El clímax de la banalidad es la selfie con un indígena, con el firme propósito de lucirse y sentirse único, como si se retrataran con algo exótico.

Es vergonzoso que la sentencia de Eduardo Galeano siga más viva que nunca: “Hemos sido diseñados, como países, para odiarnos entre nosotros. Para ignorarnos también. Es lo peor de la herencia colonial”.

 
POST SCRIPTUM

Joe Biden apostó a ganar con la nominación de Kamala Harris como vicepresidenta. La primera mujer negra en postularse (hija de migrantes) y, muy probablemente, la primera mujer presidente dentro de cuatro años.

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