¿Cómo te sientes? Antes de responder en automático un “bien o creo que bien o mal”, trata de conectar con tus pensamientos, detente a ubicar la sensación que te provoca e intenta distinguir de qué emoción se trata. Ahora, observa qué sensación te provoca esa emoción. ¿Enojo, tranquilidad, enamoramiento, ira, alegría, tristeza, melancolía, angustia, miedo, frustración?
Como seguramente lo notaste, cuando se hace una pausa se hacen conscientes los pensamientos y se logra un proceso cognitivo y perceptivo único. Cuando se hace una pausa, somos capaces de identificar lo que estamos sintiendo y las reacciones que nos provocan. Cuando se hace una pausa, conectamos mejor con el interior y podemos diferenciar entre una emoción y otra. El pensamiento, la emoción y las acciones están completamente ligadas, y de alguna manera rigen nuestro actuar cotidiano y la vida entera. La forma en la que apreciamos, percibimos y afrontamos las distintas situaciones, buenas o malas, marcará la diferencia entre vivir y sobrellevarlas o vivir, afrontarlas y sanarlas para estar mejor. Y todo empieza haciendo una pausa.
Para empezar: ¿qué es una emoción?
Mucho se ha escrito y descrito sobre las emociones desde diferentes disciplinas, sería imposible tener una sola definición, las emociones están presentes en el mundo animal, en todos los seres sintientes. Desde el punto de vista humano, hablar de una emoción como un proceso adaptativo implica entender la relación cerebro-mente y su complejísima y particular reacción en cada persona, misma que nos hace ser.
Aristóteles por ejemplo, en su retórica, las definía como “facultades emotivas en los seres humanos, que pueden llegar a generar susceptibilidad y causar en algún momento que se cambien los juicios y se generen otro tipo de impresiones; están acompañadas de placer y dolor, dependiendo de los estados de ánimo con los que se cuente, en el momento de sentirlas”. Para Freud, “la emoción contiene dos elementos distintos: por un lado, las descargas de energía física; por otro lado, ciertos sentimientos (percepciones de las acciones motrices que se producen y sentimientos de placer o desagrado que dan a la emoción sus características esenciales)”.
En términos de neurociencia afectiva se trata de procesos neuronales concretos y su impacto en términos fisiológicos y psicológicos. Esta aproximación nos hace mucho sentido porque si consideramos, como lo dicen Aristóteles y Freud que las emociones son completamente ambivalentes, es decir que tienen una polaridad negativa o positiva, entonces podemos entender cómo es que pasamos del odio al amor en un solo paso; o de la ira a la calma, del miedo a la confianza o de la indignación a la compasión. No podríamos entendernos como humanidad sin las emociones que nos invaden ante un hecho, un recuerdo, una persona, un suceso extraordinario y cómo éstas nos van perfilando hacia ciertas decisiones. “Cabeza fría”, nos decían. Pero en ocasiones, la emoción hacia lo negativo o positivo será la que defina el camino.
Existen infinidad de tipos y formas de comprender o asimilar una emoción, las más comunes y que se consideran primarias son: alegría, tristeza, ira, miedo, asco y sorpresa. Otras emociones, las secundarias, las vamos adquiriendo con el tiempo, con lo que vamos aprendiendo y viviendo. En este espacio hemos hablado del cerebro y los pensamientos, y de cómo nuestro cerebro reptiliano o primitivo arroja estímulos y reacciones innatas como podría ser el miedo, que además es instintivo. Pero ¿qué hace que algunas personas sientan ciertas emociones, primarias o secundarias, ante un hecho o situación, y otras sientan otras?
Aquí la percepción de las cosas juega un papel fundamental, nuestra historia de vida, y por ello cuando hablamos de emociones, nos referimos a posibilidades muy distintas de apreciarlo todo.
Creemos saber mucho de emociones, pero la realidad es que a casi todo estado anímico le llamamos con el mismo nombre y pareciera que todo es tristeza o enojo. Un primer paso sería hacer una pausa, revisar algún diccionario o glosario de emociones e identificar lo que realmente estamos sintiendo, para así poder tratarlo ya sea individualmente o con ayuda profesional.
Una de las características principales de las emociones es que suelen ser pasajeras y producir reacciones físicas de corta duración (escalofríos, mariposas, sudoración, temblorina, hasta náuseas), a diferencia de un sentimiento que es más duradero y se ancla a la mente. Pero, el hecho de que las emociones sean más volátiles, no sugiere que debamos ignorarlas o aplastarlas, todas tienen un por qué y también un nombre y apellido. Lidiar con nuestras emociones implica identificarlas, darles su debida importancia y lugar, y de nuevo, hacer una pausa para poder expresarlas mejor y saber establecer límites más sanos al momento de enfrentarnos a ciertas situaciones o personas que las detonan, sobre todo, en negativo.
Pensar bonito es una filosofía que desde SIKI hemos adoptado al momento de percibir al mundo, claro, no es fácil porque de la humanidad provienen también los aspectos más horribles del mismo, pero, en general buscar formas más sanas mental y emocionalmente de desahogo ayudará a direccionar mejor las emociones que nos llevan a formas y estados anímicos muy negativos.
Las emociones importan y muchísimo. Haz otra pausa y vuélvete a preguntar ¿cómo te sientes hoy?
Mafer Olvera y Paola Palazón Seguel son creadoras de SIKI y Ser Mamá Hoy, plataformas de bienestar emocional y promoción de la salud mental. Mafer es creadora del modelo Hospital de las Emociones, consultora en juventudes y salud mental, y Paola es autora, emprendedora y creadora de proyectos de bienestar emocional y espiritual.
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