CIUDAD DE MÉXICO.
“Jorge Luis Borges fue un escritor extraordinario y fuera de serie que ha hecho una revolución sin precedentes por la lengua en español”, afirmó ayer Mario Vargas Llosa (Arequipa, 1936) Premio Nobel de Literatura 2010, durante su participación en el Hay Festival Digital Querétaro, donde presentó su libro Medio siglo con Borges, publicado por Penguin Random House.
Vargas Llosa recordó que la lectura de este autor, que se ha convertido en un clásico de nuestro tiempo, le provocó un shock en su juventud, aunque también recordó aquella anécdota que desencadenó una entrevista que le hizo a Borges cuando mencionó que había una gotera en su casa.
Me dijeron que él nunca me había perdonado que yo citara esa gotera en su casa, donde había un pequeño al que caía la gota”, lo cual respondió Borges con una idea muy divertida: “Está bien, es un muchacho que me vino a ver, un periodista, mi impresión es que fue un publicista que quería venderme una casa, porque dijo que mi casa tenía goteras”.
Después volvió a la economía del lenguaje en la obra de Borges.
El poeta catalán Gabriel Ferrater afirmaba que el español es un idioma numeroso que necesita de muchas palabras para expresar una idea, pero el caso de Borges va en contra de esta tradición que, efectivamente, está presente en el español. Nosotros somos escritores en muchas palabras, de sensaciones, pasiones, sentimientos, pero no tanto de ideas. Pero la lengua de Borges es una lengua de ideas en la que hay tantas ideas como palabras, algo absolutamente insólito en el español”, reconoció.
Sin embargo, esa economía fue desarrollada por el autor argentino, pues cuando empezó a escribir, a los 19 años, se alistó en corrientes de vanguardia como el ultraísmo, que fue un idioma palabrero, patriotero y con una escritura que giraba en torno al gaucho de la pampa y de ciertas calles porteñas.
Pero él fue purificando su lenguaje poco a poco, saliendo de lo que llamó la ‘equivocación altruista’ hasta que publicó Historia universal de la infamia, donde aparece el Borges que admiramos, ceñido, preciso, concreto y con ese mundo en el que hay no sólo hay fantasía, sino una erudición muy bien seleccionada, de acuerdo con sus propios apetitos literarios, abundó el autor de La ciudad y los perros.
Vargas Llosa también consideró que 1963 fue fundamental en la vida literaria del autor de El Aleph y El libro de arena, cuando visitó Francia para impartir tres conferencias que deslumbraron al público, “y ese reconocimiento saltó hacia América Latina”.
Yo creo que a cualquier sudamericano le habría emocionado ver el deslumbramiento de los franceses por este personaje. Sin embargo, el mundo de Borges está muy alejado del mío, porque soy un escritor más bien realista”, agregó.
PROSA Y COMPROMISO
Durante la charla con el periodista Raúl Tola, Vargas Llosa confesó que su primer acercamiento con el argentino fue polémico y contradictorio.
Creo que las enseñanzas y las ideas de Jean-Paul Sartre sobre la literatura han estado siempre presentes en mí a la hora de escribir, aunque la admiración que tenía de joven por Sartre haya menguado, pero el tipo de escritor que trato de ser es muy distinto de Borges, lo cual no me ha impedido admirarlo y reconocer que es extraordinario”, explicó.
Sin embargo, “como era seguidor de Sartre y de los filósofos existencialistas que creían en la literatura comprometida y como arma para transformar a la sociedad y para lograr el socialismo, ante ese tipo de enseñanzas… Borges resultaba un irritante”, expresó.
Porque “él era un personaje al que no le interesaba la política, que no tenía interés en cambiar la sociedad y que hacía literatura fantástica, es decir, una literatura desasida de la realidad inmediata, con preocupaciones como el tiempo y todos esos temas borgianos que entraban en contradicción con el mundo de Sartre”.
Pero encontrar un autor tan distinto fue para mí un shock, porque además era muy bueno y, desde el trabajo del lenguaje, muy admirable. Entonces, al principio yo disfrutaba de Borges, pero sin reconocerlo, mientras sostenía discusiones con escritores como Lucho Loaiza y Abelardo Oquendo, quienes estaban más cerca de Borges. Mi primer contacto con Borges fue polémico”, aseguró.
Sin embargo, aquella resistencia ideológica fue vencida por la calidad literaria del argentino.
Lo que prevaleció fue el encanto literario que había en los cuentos de Borges, esa gran originalidad. Yo comencé a leer sus cuentos. No sé si comencé por lo mejor, pero sí con lo más original, con esa extraordinaria prosa con la que estaban relatados y, además, la manera tan sutil y alambicada en la que él presentaba sus relatos en los que iba información diversa que transparentaba poco a poco la razón de ser del relato”, confesó.
Así que “era muy difícil no ceder a la fascinación y al encanto de su narración. Nunca rechacé a Borges, aunque mis discusiones con Loaiza y Oquendo decía las cosas que me había enseñado Sartre sobre la literatura comprometida, la necesidad de que el escritor no sólo escribiera sobre la
inanidad sonora, sino sobre la realidad inmediata para cambiar esa realidad y hacer mejor este mundo”.
Por último, aseguró que Borges siempre despreció la política, que fue un autor sin discípulos, dado que su obra registra características tan nítidas que éstos se convierten en discipulitos o en Borgesitos, y aseveró que las críticas contra el trabajo realizado por María Kodama, la viuda de Borges, “son muy injustas”.
Creo que a él lo hizo muy feliz y desde entonces ha llevado de manera muy honorable y respetuosa la obra de Borges”, concluyó.
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